Un día haces 12 horas al volante, peleando para que no te saquen del mapa plataformas que queman miles de millones para quedarse con tu trabajo… y al siguiente ves a Silvia Abril y Marc Giró, gente que te hacía gracia, sonriendo en un anuncio pagado por Uber, vendiendo el mensaje suavecito de: “venga, súbete al Uber, que es lo moderno”. #publicidad y a cobrar.
No es sólo una campaña. Es un síntoma. Y habla del humor, del lenguaje y del tipo de sociedad en la que estamos cayendo.
Qué significa “Uber”, y por qué importa
En alemán, über significa “sobre”, “por encima”, “más allá”. De ahí viene el famoso Übermensch de Nietzsche: el “superhombre”, el que está por encima de los demás. Esa palabra y ese prefijo fueron más tarde usados y deformados por discursos supremacistas, que se apropiaron de la idea de estar “sobre” los otros.
En inglés, “uber-” se usa coloquialmente para decir “ultra”, “súper”: uber-rich, uber-cool. Es decir, lo de arriba, lo que está por encima. Que una empresa que llega a las ciudades con una soberbia monumental, que desprecia normas locales y oficios tradicionales, se llame justo así, Uber, no es un simple accidente de marketing: es casi un chiste involuntario. La marca dice: “nosotros vamos por encima de todo esto”.
Las palabras importan. Igual que la dirección del humor. Cuando una empresa que se llama “arriba / por encima” paga a cómicos para reírse, aunque sea de forma suave, de un colectivo de trabajadores que está abajo, la broma viene con mensaje de fondo: la risa mira desde arriba hacia abajo.
Para qué sirve el humor (cuando no está en nómina)
El filósofo Henri Bergson, en La risa, explicaba que lo cómico tiene una función social: corregir rigideces, devolver humanidad cuando nos volvemos demasiado mecánicos. Lloramos solos, pero reímos en grupo; reír es una manera de decir: “no te deshumanices, vuelve con nosotros”.
La mejor tradición del humor ha ido por ahí:
- Chaplin ridiculizando a Hitler en El gran dictador
- Cómicos como George Carlin o la consigna clásica del stand-up: el buen humor debe punch up, not down, pegar hacia arriba, no hacia abajo: no cebarse con los débiles, sino con los poderosos
Por eso recordamos a Chaplin y no a los cómicos que hacían chistes a favor de los poderosos de su época. El humor tiene dignidad cuando da voz al de abajo y desnuda al de arriba.
Cuando el chiste se hace para la marca, no para la gente
En los anuncios de Uber en Barcelona pasa justo lo contrario:
Silvia Abril sube un reel etiquetado como #publicidad para normalizar el “venga, pide un Uber”, con el taxi como fondo apagado, antiguo.
Marc Giró protagoniza campañas de Uber vendiendo la “comodidad” y el “buen rollo” de la plataforma, justo en plena guerra abierta con el taxi.
No es humor neutro: es humor a sueldo de una empresa que:
- Ha sido sancionada y cuestionada por operar al margen de la normativa de transporte y de trabajo
- Basa su modelo en precarizar a conductores y reventar un servicio público regulado como el taxi, tal y como muestran los análisis de Hubert Horan: pérdida de decenas de miles de millones para comprar cuota de mercado, sin mejoras estructurales de eficiencia
La risa, aquí, no corrige al poder: lo blanquea. Se convierte en parte del presupuesto de marketing.
Es exactamente lo que denunciaban Adorno y Horkheimer cuando hablaban de la industria cultural: cultura convertida en instrumento de las grandes empresas, “diversión” que en realidad reproduce el dominio en lugar de cuestionarlo.
Uber, innovación de chiste
Encima, todo se envuelve en el discurso de la “innovación”. Pero si miramos los datos serios, lo que sale es un chiste malo.
Hubert Horan lleva años desmenuzando las cuentas de Uber:
- El modelo no muestra una productividad superior al taxi en condiciones de mercado normales
- El crecimiento se explica por pérdidas gigantescas financiadas por capital riesgo y deuda, que permiten ofrecer precios por debajo de coste para hundir competidores
- Antes de sus recientes “beneficios” contables, Uber había acumulado alrededor de 33.000 millones de dólares de pérdidas.
La periodista Izabella Kaminska, entonces en el Financial Times, resumió la jugada: los pasajeros pagaban apenas una parte del coste real del viaje; el resto lo ponían los inversores. No había magia, sólo subsidio privado para intentar construir un monopolio.
Mientras tanto, apps tienen todos: cooperativas, flotas pequeñas, asociaciones de taxi. La supuesta “revolución tecnológica” se reduce a una pantalla bonita y a un algoritmo de precio dinámico que sube o baja la tarifa según convenga a la plataforma. La innovación no está en servir mejor al usuario o al trabajador; está en controlar el mercado desde arriba.
Ahí es donde entra el humor de anuncio: como lubricante cultural de un modelo que precariza desde lo alto.
Risa, lenguaje y olvido
Milan Kundera escribió que “la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”.
La risa puede ser memoria —cuando señala la injusticia— o puede ser olvido —cuando convierte la injusticia en un guiño simpático y olvidable—.
En estos anuncios, la risa funciona como amnesia:
- Desaparecen las huelgas, las noches en vela, las multas, las sentencias, la lucha política por defender el taxi como servicio de interés general
- Se sustituye por escenas de gente guapa riendo en el asiento trasero de un Uber, como si la ciudad fuera un decorado sin conflictos.
Y el propio nombre “Uber” —por encima— se convierte en metáfora involuntaria: el humor se coloca por encima de la realidad, mirando desde el lado del que manda, no del que la sufre. Hay ahí un tono supremacista suave: no hace falta decir “somos superiores”; basta con actuar como si lo fueras, como si tu risa tuviera más derecho que la vida de los demás.
Cultura prostituida y sociedad enferma
A esto algunos le llaman neoliberalismo cultural: todo se alquila, todo se monetiza, incluso el chiste; el único criterio de valor es el dinero. La cultura deja de enriquecer, de criticar, de hacer pensar, y se limita a no molestar al cliente que paga.
No es el humor humanista de Chaplin que luchaba contra el poder y era uno más del pueblo; es otra cosa más triste:
- Una cultura prostituida
- Eue rara vez cuestiona las causas estructurales de lo que pasa —precariedad, desigualdad, captura de lo público—
- Ni siquiera entretiene demasiado, pero llena timelines y cuentas corrientes.
En esta decadencia cultural se cuelan, poco a poco, valores tóxicos: el elitismo de quien va “über” los demás, la avaricia como virtud, la indiferencia ante la guerra o la desigualdad, la normalización de discursos autoritarios. La risa deja de ser una herramienta contra el fascismo; se convierte en banda sonora de la caída.
No digo que Silvia Abril o Marc Giró sean fascistas ni malas personas. Digo algo más sencillo y, a la vez, más grave: que cuando el humor se pone del lado del fuerte contra el débil, cuando la palabra “Uber” —arriba, por encima— se convierte en marca aspiracional y chiste cómplice, perdemos algo de nuestra dignidad común.












